¿Qué representaba mayor peligro para el tribunal espiritual de la época llamado Sanedrín, un hombre que dijera ser hijo unigénito de Dios o un hombre que dijese que tal Dios no existía, sino el género humano como fuente portadora y autogeneradora de amor, exenta de misticismos y espiritualismo religioso?
¿Qué argumento feroz debía constar para condenar al peor de los patíbulos a un hombre que no se decía ser ningún Mesías ni salvador para Israel sino simplemente un hermano del mundo que levantó su voz contra el egoísmo, la hipocresía, la malversación, el engaño y la mentira imperantes en el mundo religioso y político de la época?
María Magdalena, discípula de Jesús, es pretexto para acercarse al terapeuta amoroso desde la perspectiva femenina.
De origen griego, por lo que se le consideraba pagana, término que trascendió como sinónimo de prostituta a nuestros días, cuando no era ni lo uno ni lo otro sino ferviente seguidora y auxiliadora de la obra amorosa de Jesús; hija del cretense Hermiones y de madre Lucaniana; instalada en la villa de Mágdalo a orillas del mar de Galilea entre Cafarnaúm y Tiberias; a la muerte de su maestro fue notaria del apóstol Pedro y del anciano Simónides, comerciante justo y colaborador importante en la administración del presupuesto económico para al obra manumisora iniciada por Jesús.
Es este evangelio apócrifo un reto a la imaginación, un desafío al miedo, un himno a la libertad y al amor.